"Resort" de Juan Carlos Márquez.

No se puede hacer una reseña sobre “Resort” —tampoco lo pretendo, que estoy haciendo de librero y sólo quiero vender libros— no se puede hablar de la trama, ni de la forma. Sólo debería decir: leedla. Cualquier dato que se nos escape del puzzle que es esta obra estropeará su lectura, cualquier detalle restará significado. Léanla, hagan caso del librero, y no lean lo restante. (Y eso que no va a haber ningún chivatazo).

Márquez me recuerda a Highsmith en esta novela. Y lo hace porque se atreve a contar la mezquindad de la normalidad con parecida frialdad que la maestra inglesa. Mientras la etiqueta de políticamente incorrecto sirve habitualmente para que los aduladores de poderosos se justifiquen en sus tropelías, aquí podría servir para explicar que el autor se atreve a hurgar en la cotidianidad y contarnos qué y porqué son los que nos rodean, que nosotros no somos así, nunca, qué miserias tenemos -perdón, tienen- y cómo las sobrellevan.



Un niño se ha perdido en un hotel, hay policías por todos lados y turistas españoles conviviendo con más españoles y muchos extranjeros. Hay sombrillas ocupadas, hamacas ocupadas, buffet, colas, diversión prefabricada y ocio de todo a cien vacacional. Hoteles que resuelven la alegría y la vida y acaban mostrándola con crudeza. 

La novela se compone de textos muy cortos, de dos o tres páginas máximo, esculpidos con esmero y con oficio en un español eficaz y certero. Textos como bofetadas con la mano abierta, elegantes y dañinos. Estructura, tal vez, de cuento alargado hasta el mínimo deseable para ser novela pero que conserva virtudes del cuento -su redondez, su universo completo- y de la novela en cuanto a que es capaz de ir más allá del pequeño mundo del hotel en lo que cuenta. Léanla, dos horas de diversión. O no.

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