Diccionario de nombres propios, de Amélie Nothomb


En realidad, era bailarina hasta tal punto que vivía la más mínima de las escenas de su vida como si de un ballet se tratase. Las coreografías permitían que el sentido de lo trágico se manifestase a cada paso: lo que cotidianamente resultaba grotesco, no lo era en una ópera y mucho menos en la danza.
«Yo me entregué a la nieve en aquel jardín, me tumbé bajo su presencia y vi cómo construía una catedral a mi alrededor, la he visto levantar lentamente los muros, luego las bóvedas, yo era la estatua yaciente con una catedral sólo para mí, más tarde las puertas se cerraron y la muerte vino a buscarme, primero era blanca y dulce y luego negra y violenta, iba a apoderarse de mí cuando mi ángel de la guarda acudió para salvarme, en el último segundo.»

Mientras leía Diccionario de nombres propios, de Amélie Nothomb, me acordaba de un verso de Lorca que decía: ¡qué raro que me llame Federico!. Y es que alguna vez me he/han nombrado y mi nombre me ha parecido extraño, hasta el punto de cuestionar qué puede decir mi nombre sobre mí, algo tan básico y primario, tan pegado a nuestra piel, que en cualquier lugar puede ser de otro y contar una historia diferente. Pues eso, más omenos, es lo que viene a contarnos la Nothomb a través del personaje de Plectrude. 

Ya de primeras la niña no cuenta con un nombre nada fácil de llevar. Es un nombre anticuado y rebuscado, pero es la última voluntad de su madre ser llamada así, y eso ya la va a convertir en un ser peculiar. Sobre ese nombre pesa la tragedia de su historia familiar, pero también los deseos y las expectativas puestas sobre la niña. Deseos que acaban por confirmarse a base de profetizar en exceso las virtudes de Plectrude. Resulta ser una una niña enigmática, oscura y lúcida. Más que sacada de un cuento de hadas diría que ella ha decidido vivir en su propio cuento de hadas y que se hace éste a medida de sus propósitos. Plectrude es como quiere ser, se sabe un ser superior y actúa según las leyes de una belleza que concibe de forma siniestra, al límite de la razón, al borde de la locura. Plectrude, además, sabe el efecto que causa en los demás, será la realización de un ideal de sí misma lo que luego quedará demasiado lejos de su alcance. El final es abrupto y rápido y te asalta en unas pocas páginas en las que la autora va a poner en juego la metaficción otorgando una nueva dimensión narrativa al conjunto del texto.
Me maravilla como en unas pocas páginas se puede describir y contar la vida de un personaje tan rico en matices, con tantas posibilidades narrativas y, además, ser capaz de incorporar el factor sorpresa para dejar a quien esté del otro lado de la página completamente indefenso ante los acontecimientos.

Amélie Nothomb  en la Praga


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