Crónica de un silencio, de Lidia Chukovskaia



Por muy fuertes y muy largos que tengan ustedes los brazos, la palabra no se deja gobernar. La situación de la palabra en nuestro país es realmente desesperada: si alguien dice algo que no coincide con su opinión del momento, es declarado "antisoviético"; si en el extranjero alguien critica algo malo  que está sucediendo en nuestro país, se tacha de "injerencia" en nuestros asuntos internos. Así es como dirigen ustedes. 
Crónica de un silencio forma parte de las memorias de la autora, Lidia Chukovskaia, en el que narra los antecedentes y las consecuencias del injusto juicio que sufrió por parte de la Unión de Escritores de la URSS y del que resultó su expulsión de la institución. No pertenecer a esta organización significaba quedarse recluida en un ostracismo absoluto que iba desde la censura, el silencio y la prohibición hasta el olvido, como una última parada, o al menos esa era la intención. El olvido contemplaba no sólo la incapacidad de poder ver publicada tus obras o la retirada de lo ya publicado, sino que le más mínima mención escrita sobre tu existencia también era borrada como castigo. Chukovskaia sufrió un destierro social, pues ése era el precio a pagar por atreverse a ser crítica con el régimen soviético y por hacer preguntas incómodas y necesarias para, precisamente, luchar contra la desmemoria colectiva.
El libro ofrece sobre todo una perspectiva política en relación con lo literario, pero los procesos de depuración que llevaba a cabo el aparato ideológico del régimen también se aplicaban en otros ámbitos. Así lo cuenta la autora cuando se refiere a diferentes casos en los que amigos y compañeros sufren la misma suerte (Parternak, por ejemplo), o peor. Muy probablemente sea esta carga política del texto lo más importante y, sin embargo, el relato no sólo me ha llevado a la sorpresa, la indignación y el horror, sino también a la reflexión sobre el oficio de escribir.
La autora habla aquí de sus colegas escritores, de la correspondencia fecunda que suponía mantener una conversación escrita con ellos, ejercitando así la crítica mutua y trabajando el lenguaje como un orfebre. Elogia el afán de los jóvenes que no dudan en acercarse a los maestros para aprender; evoca las tertulias, los grupos de discusión, menciona innumerables revistas como espacios de reflexión y crítica. También señala la importancia que los autores daban al acercamiento de la literatura a los niños y jóvenes, elaborando estudios críticos sobre obras esenciales, y lo fundamental que era (y es) que la libertad de expresión atraviese todo esto.
Chukovskaia escribe a pesar de todo, a pesar de estar casi ciega, de no tener los rotuladores que le permiten escribir en letras grandes que pueda ver, pese al aislamiento, e insiste en que la última palabra sobre lo que perdura en la literatura la tiene el tiempo ( y la sociedad) y no un grupo de funcionarios. Me alegra mucho que tuviera razón y que sus obras y las de sus colegas hoy se lean y se traduzcan para todos.

Podéis encontrar Crónica de un silencio aquí o en la librería (dadas las circunstancias de mil amores os la mandamos a casa).

María Pérez Cordero


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